Estaban construyendo una catedral y un hombre preguntó a uno de los canteros que tallaban piedra ¿y tú qué haces? A lo que éste respondió: aquí en este trabajo infernal pasando calor y tragando polvo. Luego preguntó a otro cantero que estaba haciendo lo mismo y le respondió: construyendo una catedral, una gran obra para la cristiandad que verá el paso de los siglos y será fuente de inspiración y admiración de las futuras generaciones.
La grandeza de toda obra humana está condicionada por la emoción con la que fue concebida. Si quieres hacer una diferencia con tu vida debes diseñar tu existencia con un fin «in mente», saber adónde te diriges y conferirle un sentido y un propósito, creando metas ambiciosas.
Lo que te propongo no es un discurso, es un diseño de prácticas para poner en relación lo que haces cada día con «tu catedral», y de paso conectarlo con los grandes desafíos de nuestro tiempo: cambio climático, educación, alimentación, salud…
Emprendimiento, liderazgo, creatividad, innovación; forman parte de una misma realidad, son fenómenos indisociables, que se conjugan en torno al espíritu del cantero que es capaz de ver un sentido mayor de ambición y trascendencia en lo que hace. Este principio lo cambia todo.
Organizar todos los actos de la vida en torno a un propósito claro nos empuja a abandonar nuestra zona de confort, alimenta la ambición, genera el campo emocional necesario para que las cosas ocurran y nos lanza al aprendizaje permanente para obtener los conocimientos necesarios con los que alcanzar la meta.
Toda vida humana valiosa necesita de la visión trascendente del cantero, y lo más importante es que ese espíritu puede ser aprendido y cultivado.
Conducir todo el aprendizaje humano en torno a una pasión personal enfocada a hacer una diferencia cambia el significado de la vida, el ethos de las cosas, la productividad humana, el concepto mismo del trabajo, la cultura de la cooperación, el aprendizaje, la naturaleza del esfuerzo y la perseverancia….
A veces, la catedral está demasiado lejana en el tiempo, por eso necesitamos percibir los progresos diarios y recrearlos para poder emocionarnos con el avance de la obra, comprobar como los golpes dados a la piedra en el día van tomando forma.
Si tenemos presente de manera permanente la imagen de la catedral será mucho más fácil construir sentido para el día y conectarlo con la trayectoria focal de nuestra vida, con nuestra meta. Esto que en principio puede parecer baladí, no lo es, los avatares del día a día a veces nos arrastran a una deriva en la que nos perdemos. Cada día de nuestra vida, al levantarnos, hemos de desarrollar el hábito de trazar el rumbo y alinear la hoja de ruta para sintonizarnos con nuestro proyecto vital.
Toda gran obra humana antes de hacerse realidad necesita construirse como un castillo en el aire, precisa ser imaginada y recreada con emoción. Las cosas se crean tres veces, en tres momentos: primero en la mente, luego en las conversaciones y finalmente eclosionan en la práctica. Y requieren del combustible de la emoción. Por eso necesitamos educar para que la gente aprenda a imaginar, conversar de manera efectiva (escuchar, declarar, pedir, prometer), emocionarse y coordinarse en la acción; para luego entrenar con rigor la disciplina de mantener el rumbo, la voluntad, el esfuerzo y la perseverancia.
El sentido del legado y la trascendencia anida en el alma humana y forma parte del diseño de nuestro ser, si no llega a fructificar y alcanzar su máximo esplendor es porque la educación y la cultura reinante frenan su expansión.
Cualquier persona con un sentido de la trascendencia puede llegar a construir una catedral aunque parta de cero, si tiene claros los planos y donde tiene que dar cada golpe.
El espíritu del cantero es el que ha hecho posible que vivamos una vida confortable, que hayamos buscado hasta la extenuación la belleza en todas las disciplinas creativas (poesía, música, arquitectura…); que nuestra curiosidad infinita nos haya llevado a explorar todos los rincones de la Tierra, visitar otros planetas, y que incluso hayamos puesto un artefacto humano en el espacio interestelar. Obras todas ellas que han cristalizado gracias a la imaginación sin límites y la perseverancia de unos primates que soñaron otros mundos posibles, de unos monos que se empeñaron en volar imitando a las aves.
Abramos el espacio para que las personas puedan soñar y pongamos a su disposición la emoción, las herramientas y los conocimientos para hacerlo. Es nuestra responsabilidad como educadores, entrenadores, mentores, consultores …
Miro a lo más profundo del ser y reconozco en la naturaleza humana el espíritu del cantero que añora ser escultor, y también la resignación del picapedrero que condena su existencia a la oscuridad y la irrelevancia. Que termine prevaleciendo una u otra forma no es cuestión de suerte, depende de la voluntad. Y en gran medida de la educación como instrumento que permite la metamorfosis, la superación transformadora (metanoia) que hace posible que de la crisálida bata sus alas una preciosa mariposa.
Si aprendes a decirte a ti mismo que te das permiso para tener un sueño o un deseo, te empleas a fondo para definir tu meta, te comprometes con aprender lo necesario para conseguirla, planificas con rigor, pones fechas y compromisos… La catedral pronto se abrirá paso a tus pies.
Cuando sueñes pon en marcha un plan y no permitas que nadie te lo destroce o que te diga que no lo lograrás.
Tú eliges la huella que quieres dejar en el mundo, puede ser igual de profunda independientemente de tu posición de partida, la diferencia depende de tu decisión de ser picapedrero o escultor del futuro.
Ahora imagina que cada ser humano estuviese construyendo una gran obra, y que todos los esfuerzos y recursos públicos y privados estuviesen alineados con ese propósito ¿Cómo sería ese mundo?
Para empezar:
«Siembra un acto y cosecharás un hábito. Siembra un hábito y cosecharás un carácter. Siembra un carácter y cosecharás un destino». Charles Reade.
¡Comienza ya tu obra!