Nosotras las negras, las mestizas, las campesinas, las rurales, hemos visto en la educación una herramienta de empoderamiento de nuestros cuerpos y territorios, la cual nos ha permitido históricamente resistir a este sistema patriarcal y desarrollarnos como personas para deconstruir medios de vida desde lo comunitario, el feminismo y el ecologismo.
De esto da muestra el Chocó Andino de Pichincha, territorio biodiverso y ancestral, donde las mujeres tenemos un rol fundamental en lo social, económico y político. Sin embargo, no somos ajenas a la violencia estructural normalizada que se reproduce en el cuerpo de las mujeres, desplazándonos de la educación formal de forma sistemática.
Vengo colaborando con Fundación IRFEYAL y puedo atestiguar sobre las distintas injusticias sociales en torno a la desatención hacia las mujeres rurales, y sí, es bonito vivir en el campo rodeada de paz y biodiversidad, pero no debemos romantizar la pobreza, sino visibilizarla para combatirla desde distintos escenarios.
La mayoría de mis alumnas viven en condiciones precarias, se movilizan grandes distancias y traen a sus hijos con ellas: “no tenemos con quien dejarlos y están más seguros con nosotras”, “estudio a distancia porque soy pobre”, “perdí años”, “a mi marido no le gusta que vaya todos los días al colegio”, “primero eduqué a mis hijos”, “mi familia nunca me apoyó y tengo que trabajar”.
De igual manera he visibilizado su desarrollo personal y con inmensa alegría las veo tener éxito en sus emprendimientos y ocupar cargos laborales importantes para ellas: “el título de bachiller me permitió conseguir el trabajo”. Afortunadamente, muchas de estas mujeres están estudiando o han logrado culminar sus estudios de tercer nivel; sus ganas de superación les ha permitido mejorar su calidad de vida y me enorgullece formar parte de este proceso resiliente en mi comunidad, Nanegal.
Yuli Isamar Tenorio Barragán – Abogada. Miembro de la Red de Jóvenes del Chocó Andino